Constatar, aceptar y somatizar que el cambio es permanente y que es necesario, en lugar de resistirse a él, es dar un paso enorme para aprovechar todas las opciones que pueda ofrecernos, tanto en beneficio de nuestra organización y de las personas que la componen, cómo lo que a nosotros mismos puede afectar, pues si todo cambia, nosotros también lo hacemos, nos guste o no, sea voluntario o no.
Ninguno de nosotros es igual a quienes éramos hace una década y mucho menos a quienes éramos hace un cuarto de siglo, afortunadamente. Para ello, la clave quizás sea enfrentarse a la pregunta: si no soy igual a como era antes, ¿ evolucionado a mejor o a peor? Hay que mirarse al espejo y cuestionarse: dado que tengo la certeza de que ya no soy la misma persona que inició su andadura laboral hace años, ¿ cuál sería la calificación que obtendría por mi evolución profesional desde entonces? y aunque suene algo melodramático: ¿ en qué o quién me he convertido?
Lo nuevo es fruto siempre del cambio. Y sin renovación, nada perdura, todo se vuelve obsoleto y finalmente inservible.

Del libro: Ser mejor directivo: esa es la cuestión
