LA CAJA

  • No es pensar fuera de la caja, es vivir fuera de la caja: fuera de la caja es donde hay vida. Con el nuevo paradigma la caja no es para vivir, es para descansar, pensar y recuperarse.
  • No es estabilidad, es incertidumbre: hay que aprender que ya no hay casi nada permanente. Es aprender a gestionar la complejidad que genera la incertidumbre que nos rodea.

Del libro: Tropa Sapiens

INNOVACIÓN

Ojeando en el mercado, vemos que las organizaciones exitosas y las que sobreviven son aquellas que innovan continuamente, y las personas que las forman saben que hay que hacer algo diferente. E este punto de innovación hay que remarcar un detalle más. Para innovar no hay que hacer grandes cambios disruptivos o rompedores, muchas veces los grandes cambios vienen de modificar y hacer algo diferente en pequeñas cosas de cada día. Cuando se ha empezado a pequeña escala, se acaba innovando a lo grande.

Innovar para dar paso a nuevas tendencias – Blog de Empléate

Del libro: Tropa sapiens

LAS SEÑALES

Un ejemplo de falta de proactividad puede ser la empresa Kodak, conocida por todos como una empresa puntera en el mundo de la fotografía hasta la llegada de las cámaras digitales. cuando apareció esta tecnología, esta importante marca que era Kodak consideró que las señales de alerta no eran peligrosas y pensó que podía esperar, decisión que le salió enormemente cara.

Noticias sobre Kodak | EL COMERCIO PERÚ

Del libro: Tropa Sapiens

LA ORGANIZACIÓN QUE APRENDE

  • Mejorar en una dirección estratégica, en lugar de hacer mejoras de eficiencia de forma aleatoria.
  • Observar y medir de forma sistemática con la simple finalidad de comprender.
  • Definir Estados futuros específicos que se prevé que nos llevarán a los resultados deseados.
  • Ir más allá de la simple implementación para pasar a la experimentación.
  • Hacer predicciones específicas con el objetivo de posibilitar el aprendizaje y la adaptación.

Del libro: Cultura Toyota Kata

PENSAR EN EL CLIENTE

Años después, volví a San Francisco, e hice el mismo trayecto por el puente Golden Gate para visitar los supermercados de Oakland. Para mi sorpresa, esta vez no tuvimos que frenar ni hacer cola. El peaje había desparecido, por lo que pasamos por el puente sin parar.

Recuerdo que me sorprendió, porque estábamos en época de alta inflación y los precios no bajaban en ningún lugar del mundo. Además, sabía que algunas ciudades estaban atravesando dificultades para cuadrar sus cuentas. Así que me impresionó que San Francisco eliminara el peaje del puente.

Al volver unas horas más tarde fue cuando me dí cuenta de que seguía habiendo un peaje en el puente, pero sólo en una dirección, y con una tarifa que se había duplicado: costaba un dólar.

Lo que hicieron fue lo siguiente. Se habían dado cuenta de que prácticamente todo el mundo hacía el trayecto de ida y vuelta por el puente. Si en la ida atravesabas el puente, después lo volvías a cruzar a la vuelta. Por tanto, si todo el mundo pasaba por caja una vez en lugar de dos, pero pagando el doble, los ingresos serían los mismos.

Sin embargo, los costes no eran los mismos, porque se había eliminado totalmente un grupo de casetas de peaje, mejorando al mismo tiempo la calidad del servicio a los clientes, ya que los conductores no tenían que pararse a pagar el peaje en el trayecto de ida ni esperar largas colas.

Celebra una era dorada del Golden Gate Bridge | Visit The USA


Del libro: El cliente ante todo. “ Crowning the Customer”

LA PRUEBA DEL PAPEL HIGIÉNICO

Hace unos días, visité una empresa llena de letreros en los pasillos que rezaban: «SOMOS UN EQUIPO», «EL TRABAJO EN EQUIPO ES NUESTRO LEMA» y este tipo de mensajes. El propio director general de la división alardeó de que «eran una piña» y de cómo cada uno velaba por el bien del conjunto; precioso y emotivo discurso.
Pero hete aquí que, al salir, pedí que me indicaran dónde estaban los servicios. Antes de utilizarlos, tuve la precaución de mirar primero si había papel higiénico y menos mal que
lo hice, porque apenas quedaba un mísero cuadradito adherido al cilindro de cartón, prueba inequívoca de que era el último vestigio del rollo. Así que salí del servicio y, armándome de valor, le pregunté a un joven que pasaba por el pasillo, quien, muy amable, me contestó: «Hay recambio aquí, en el armario frente a la puerta. Mantenimiento suele pasar al mediodía y así, si hace falta reponer antes, todo sabemos dónde están».
Tras agradecer su eficaz gestión, volví a entrar provisto de tan preciado complemento. Entonces surgió una interesante reflexión: ¿quién había sido el insolidario, por no decir rufián, que utilizó por última vez ese toilette? Si todos conocían el lugar donde se almacenaban los repuestos, el susodicho era completamente consciente de que dejaba sin existencias el servicio… ¿Por qué no puso otro al salir para que el siguiente compañero no sufriera una desagradable sorpresa? ¿Ese era realmente el espíritu de trabajo de ese equipo? ¿Una Piña? ¡Una piña de buitres es lo que eran! Cuando empecé a colaborar con los trabajadores de esa planta, no tardé mucho en comprobar que en el departamento cada uno iba a la suya; que se aparentaba lo mejor, pero se hacía lo peor; que no había verdadero compromiso de grupo; que lo de equipo, ni de lejos y que del dicho al hecho, había un abismo.
Entonces recordé lo ocurrido en mi primera visita y decidí desarrollar “ la prueba del papel higiénico”. ¿En qué consistiría dicha prueba que tenía como objetivo comprobar si de verdad existía espíritu de equipo, de auténtico compañerismo, de avanzar conjuntamente entre todos? Pues se trataría de, con cualquier excusa, comunicar a los integrantes del equipo la localización de los repuestos del papel higiénico. Luego, habría que dejar puesto un resto de rollo con una sola  “ración” y asegurarse de que así se queda cada vez que alguien lo utilizara. A partir de ahí, bastaría con esperar a ver cuántos procuraban que al siguiente no le faltasen los «recursos necesarios» para salir airoso del asunto.  

Por mucha fe que tenga en su equipo, si se animara a hacer la prueba y por alguna razón durante esa mañana sus tripas le exigieran una urgencia, le aconsejo encarecidamente que
acuda al servicio acompañado de algún viejo informe (por ejemplo el de los objetivos que le pusieron para este año, total para lo que sirven a estas alturas) ya que así, probablemente, se evitará una situación embarazosa.
El concepto de equipo comienza cuando cada individuo realmente se implica en cuidar de que al otro no le falte lo que uno puede aportar, que todos ganemos, que cada uno ponga motu proprio lo necesario para el bienestar general. Con los que sólo piensan en ellos mismos, con los individualistas, con los que se creen estrellas del universo, con los que sólo ven el yo, yo y yo, pocas veces se conseguirá formar un verdadero equipo, una auténtica piña en la que poder confiar a ciegas porque nunca te dejarán tirado si está en sus manos evitarlo.
Al final me he dado cuenta de que «la prueba» puede resultar excesivamente dura y, para evitarse una frustración por su probable resultado, he creído conveniente no hacerla. Aún no estamos preparados para un examen como éste. Eso sí, la situación vivida me hizo pensar y, de momento, he empezado por aplicarme las conclusiones y me ocupo de que haya un nuevo rollo a nada que esté escaso el que dejo.
Y ya de paso, procuro ceder el paso a otro coche en algún cruce nutrido (aunque técnicamente no tenga prioridad) o facilito que un compañero de atasco que desea cambiar de carril lo haga delante de mí. No sé si estos pequeños favores anónimos realmente me servirán de entrenamiento para fortalecer mi actitud y la generosidad que requiere el verdadero
espíritu de equipo. Sin embargo, en el proceso he realizado un gran hallazgo: el haber hecho lo correcto porque sí, el echar una mano a los otros sin más, simplemente por principios, porque es lo que hay que hacer para ser coherente con lo que uno aspira que hagan los de su entorno acaba por hacerte sentir mucho mejor.
¿Quién se atreve a asegurar que hubiera pasado la prueba? En cualquier caso, ¿qué tal si empezamos todos a actuar más en equipo, a dar un poco más porque resultará en algo
positivo para el resto, sin esperar recompensa, aunque únicamente sea porque es un buen ejemplo a seguir? ¿Qué les parece si aportamos más al prójimo hasta en aquellos pequeños detalles y oportunidades que nos ofrece el día a día? 

Calculá cuánto papel higiénico necesitás para sobrevivir a la cuarentena

Del libro: el arte de la imprudencia profesional. Paco Muro