Quizás no lo sepas o no lo recuerdes, pero en 1986, el trasbordador espacial Challenger explotó poco después del lanzamiento y murieron todos los astronautas que viajaban en él. Ese terrible accidente ocurrió a pesar de que el ingeniero de la NASA Roger Boisjoly había elevado a sus superiores, en varias ocasiones, una serie de advertencias acerca de posibles fallos en algunos de los sistemas de la nave. Nadie le quiso escuchar. ¿La razón? El miedo de sus superiores a comunicar, poco antes del lanzamiento, que tenían que abortar la misión, después de haber gastado todo el presupuesto asignado y haber solicitado algún millón de dólares adicional.
Del libro: Liderazgo imperfecto
