Hace unos días, visité una empresa llena de letreros en los pasillos que rezaban: «SOMOS UN EQUIPO», «EL TRABAJO EN EQUIPO ES NUESTRO LEMA» y este tipo de mensajes. El propio director general de la división alardeó de que «eran una piña» y de cómo cada uno velaba por el bien del conjunto; precioso y emotivo discurso.
Pero hete aquí que, al salir, pedí que me indicaran dónde estaban los servicios. Antes de utilizarlos, tuve la precaución de mirar primero si había papel higiénico y menos mal que
lo hice, porque apenas quedaba un mísero cuadradito adherido al cilindro de cartón, prueba inequívoca de que era el último vestigio del rollo. Así que salí del servicio y, armándome de valor, le pregunté a un joven que pasaba por el pasillo, quien, muy amable, me contestó: «Hay recambio aquí, en el armario frente a la puerta. Mantenimiento suele pasar al mediodía y así, si hace falta reponer antes, todo sabemos dónde están».
Tras agradecer su eficaz gestión, volví a entrar provisto de tan preciado complemento. Entonces surgió una interesante reflexión: ¿quién había sido el insolidario, por no decir rufián, que utilizó por última vez ese toilette? Si todos conocían el lugar donde se almacenaban los repuestos, el susodicho era completamente consciente de que dejaba sin existencias el servicio… ¿Por qué no puso otro al salir para que el siguiente compañero no sufriera una desagradable sorpresa? ¿Ese era realmente el espíritu de trabajo de ese equipo? ¿Una Piña? ¡Una piña de buitres es lo que eran! Cuando empecé a colaborar con los trabajadores de esa planta, no tardé mucho en comprobar que en el departamento cada uno iba a la suya; que se aparentaba lo mejor, pero se hacía lo peor; que no había verdadero compromiso de grupo; que lo de equipo, ni de lejos y que del dicho al hecho, había un abismo.
Entonces recordé lo ocurrido en mi primera visita y decidí desarrollar “ la prueba del papel higiénico”. ¿En qué consistiría dicha prueba que tenía como objetivo comprobar si de verdad existía espíritu de equipo, de auténtico compañerismo, de avanzar conjuntamente entre todos? Pues se trataría de, con cualquier excusa, comunicar a los integrantes del equipo la localización de los repuestos del papel higiénico. Luego, habría que dejar puesto un resto de rollo con una sola “ración” y asegurarse de que así se queda cada vez que alguien lo utilizara. A partir de ahí, bastaría con esperar a ver cuántos procuraban que al siguiente no le faltasen los «recursos necesarios» para salir airoso del asunto.
Por mucha fe que tenga en su equipo, si se animara a hacer la prueba y por alguna razón durante esa mañana sus tripas le exigieran una urgencia, le aconsejo encarecidamente que
acuda al servicio acompañado de algún viejo informe (por ejemplo el de los objetivos que le pusieron para este año, total para lo que sirven a estas alturas) ya que así, probablemente, se evitará una situación embarazosa.
El concepto de equipo comienza cuando cada individuo realmente se implica en cuidar de que al otro no le falte lo que uno puede aportar, que todos ganemos, que cada uno ponga motu proprio lo necesario para el bienestar general. Con los que sólo piensan en ellos mismos, con los individualistas, con los que se creen estrellas del universo, con los que sólo ven el yo, yo y yo, pocas veces se conseguirá formar un verdadero equipo, una auténtica piña en la que poder confiar a ciegas porque nunca te dejarán tirado si está en sus manos evitarlo.
Al final me he dado cuenta de que «la prueba» puede resultar excesivamente dura y, para evitarse una frustración por su probable resultado, he creído conveniente no hacerla. Aún no estamos preparados para un examen como éste. Eso sí, la situación vivida me hizo pensar y, de momento, he empezado por aplicarme las conclusiones y me ocupo de que haya un nuevo rollo a nada que esté escaso el que dejo.
Y ya de paso, procuro ceder el paso a otro coche en algún cruce nutrido (aunque técnicamente no tenga prioridad) o facilito que un compañero de atasco que desea cambiar de carril lo haga delante de mí. No sé si estos pequeños favores anónimos realmente me servirán de entrenamiento para fortalecer mi actitud y la generosidad que requiere el verdadero
espíritu de equipo. Sin embargo, en el proceso he realizado un gran hallazgo: el haber hecho lo correcto porque sí, el echar una mano a los otros sin más, simplemente por principios, porque es lo que hay que hacer para ser coherente con lo que uno aspira que hagan los de su entorno acaba por hacerte sentir mucho mejor.
¿Quién se atreve a asegurar que hubiera pasado la prueba? En cualquier caso, ¿qué tal si empezamos todos a actuar más en equipo, a dar un poco más porque resultará en algo
positivo para el resto, sin esperar recompensa, aunque únicamente sea porque es un buen ejemplo a seguir? ¿Qué les parece si aportamos más al prójimo hasta en aquellos pequeños detalles y oportunidades que nos ofrece el día a día?

Del libro: el arte de la imprudencia profesional. Paco Muro
